jueves, 18 de noviembre de 2010

La convergencia mediática en Medellín

La convergencia mediática en Medellín


Por Juan Sebastián Villa Ortiz



La convergencia mediática es una reestructuración de los medios que ya ha cambiado la manera en la que la información llega a los receptores en el mundo. ¿Pero como se ve este fenómeno en el Valle de Aburrá?

Jean Camilo Vergara es uno de los encargados de Telemedellín en el proyecto Medellín Digital. Un espacio en la web que pretende educar al área metropolitana en el uso de nuevas tecnologías y la convergencia mediática como facilidad de encuentro de la ciudad.

Sentado en la oficina de Mauricio Mosquera, Gerente de Telemedellín, discutiendo sobre el HD, viendo noticias, recibiendo tweets en su smartphone y hablando con su compañero de como las fotos del accidente en la regional fueron tomadas desde su celular y traidas al medio camino al trabajo, él se va haciendo parte de la convergencia de medios desde él mismo.

¿Pero como podemos hablar de convergencia de medios en una ciudad sin mucho apego al internet, donde los smart phones, computadores y los equipos de ese tipo no son muy comunes a la comunidad tanto por decisión propia como por falta de recursos?

Para él, la convergencia mediática es un concepto que trasciende las plataformas y se traduce al pensamiento y al lenguaje, y esto se refleja en la manera en la que la gente ve los medios e interactua con ellos, y la manera en la que los medios ven a sus receptores.

Jean Camilo argumenta que sin la plataforma, los medios podría comenzar su cambio, por ejemplo, desde descripciones y sonidos a travéz de la radio que evoquen imágenes, o una disposición en los periódicos que lleve al lector a sentirse en una página web, ya que esta unión de conceptos es la base de la convergencia mediática. Para él de nada serviría enlazar todos los medios en línea si en el fondo son la misma radio, la misma televisión y la misma prensa clásica.

"Es la forma de comunicarse. La plaforma, claro, es definitiva. Pero sin la base, sin el concepto. Simplemente no funciona".

El lema de Medellín Digital es "Todo es posible", y de alguna manera ese es uno de los planteamientos que la convergencia de medios deja. Las posibilidades quedan abiertas para todos a formar lo que deseen. La interacción es mayor, la recepción es más directa, más íntima, podría decirse; y el límite lo ponemos nosotros.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Armero, 25 años después.


Armero es a ciudad de Tolima, departamento del centro de Colombia, y su nombre recuerda a los 25.000 muertos que fueron borrados del mapa por una avalancha de lodo desatada por el volcán Arenas el 13 de noviembre de 1985, que desapareció la segunda población más importante de tolima en una inmensa playa gris.

Los cuerpos de rescate se desplegaron inmediatamente, recibiendo apoyo nacional e internacional, y concentrando las ayudas en la reubicación en las poblaciones cercanas de Guayabal y Lérida, pero dejó de lado su atención psicológica y cultural. Ya no tenían tierra a la cual afeerrarse.

Para el mundo, Omayra, una niña de 13 años que agonizó 13 horas frente a las cámaras, atrapada en el lodo, fué no solo el símbolo de los miles de muertos de la tragedia, si no la falta de capacidad del estado para prevenir una tragedia avisada por tres colombianos que no fueron escuchados en ninguna autoridad competente.

Lo último que se supo de armero fué una frase a través de un radioteléfono. “Esto se está inundando” Y con esto, el pueblo conocido como Armero desapareció bajo el lodo.


miércoles, 15 de septiembre de 2010




Nosotros no somos guerrilleros, nosotros somos músicos.


Por Juan Sebastián Villa Ortiz



(Introducción por Oscar Moreno, profesor de historia de Colombia en la Universidad de Antioquia)



Una noche de fin de semana, durante el gobierno de Belisario Betancur, tres jóvenes antioqueños estuvieron a punto de convertirse en tres nombres más para las largas listas de desaparecidos políticos de Colombia por una inverosímil coincidencia y un acto arbitrario de parte de la milicia.

La autodefinida "Oveja Negra"

Luis Fernando Villa Bueno, mi papá, nació en el seno de una familia antioqueña tranquila, con un padre de autoridad, Federico León Villa; Una madre hogareña y algo sismática, Rocío Bueno de Villa. Fue el tercer hombre de cuatro hermanos. Juan Carlos, Adolfo, él y Sandra en ese orden de nacimiento formaron la familia Villa Bueno.

De pequeños, las actividades de caza, pesca y campamento fueron comunes a los tres hijos. Federico era amante del campo y la emoción de la cacería, y fuera con él o dentro de los Scouts, el gusto por lo bucólico era algo familiar.

Todos, hasta mi abuela, sabían disparar bien con escopeta, carabina y pistola, actividad que mi abuelo les enseñó y apadrinó. Y como contador jubilado del ejército, la disciplina y el orden eran algo vertebral en la educación de los Villa Bueno.

Mis dos tíos hicieron su bachillerato en la escuela de cadetes en Bogotá, marcharon scouts y se distinguieron como estudiantes ejemplares. Mi padre no.

Brillante académicamente, pero indisciplinado, de gusto por las travesuras, la aventura, los daños a propiedad del colegio y el manejo intuitivo de la química le trajo a su institución educativa buenos sustos cuando en medio de las horas de clase, una caneca grande que se disponía en el centro del patio del recreo se encendía y consumía la basura acomulada de todo el colegio. Nunca supieron quien era el culpable.

Decidió dejar de peinarse alrededor de los 13 años, y, pelea diaria con mi abuela Rocío, salía con la melena hecha un greñero para su colegio, costumbre que hizo que su pelo, casi liso, ahora sea crespo.

No llegada la mayoría de edad, y aunque docto en matemáticas, física y química, decidió que quería estudiar música, y comenzó, en el año 1984, en una academia fundada por quien sería su amigo de toda la vida, Luis Fernando Franco. Dueño y principal director de la disquera Guana Records.

En contra del deseo de mis abuelos, y como un grito de independencia, mi papá salió de la casa con un saxofón y su equipaje debajo del brazo. Fernando Franco, docente de Por Arte, academia donde estudiaba; lo recibió en la casa que compartía con otros compañeros músicos.

Ya emancipado a los 19 vivía en una casa en Robledo con Franco y compañía. La vivienda era amplia, de día se tenían turnos para las labores domésticas, y de noche se dormía al arrullo de algún incansable compañero que estudiaba sus partes en su instrumento. En esa casa, más allá del respeto por el espacio del otro y del cumplimiento de las tareas, no había mayor restricción.


Mario

Mario Donadío fue un joven solitario, hermético, que más parecía hablar a través de la música que de las palabras.
Mi papá lo conoció como radioaficionado, pero fue el amor por la música lo que terminó por unirlos.

Mario vivía en Laureles por esa época, Luis dice que los padres de Mario respondían a sus peticiones con que no tenían un peso, pero vivía en una casa grande con tres empleadas domésticas y en viajes intermitentemente para estudiar en Italia y en su amado Boston. Allí aprendió a hacer clavecines. Mario es uno de los pocos, si no el único constructor colombiano de estos abuelos del piano.

Mi papá y Mario se sentaban tardes enteras a escuchar la música de su colección de discos de acetato, tanto la colección como el tocadiscos eran personales e intransferibles, y nadie más que Mario podía tocarlos. Las horas se pasaban comenzando con un Hola, hilándose entre esporádicas exclamaciones: -UF-Wow-Uy-Increiíble. Y terminaban con un simple Chao.

(Mario junto al primer clavecín que construyó en Boston)



Mario nunca estudió realmente música. A los 11 años se enamoró del clavecín escuchando un disco de conciertos de Bach, y de este punto en adelante comenzaría a formar sus ideas en contra de la música posterior al barroco. Para Mario Donadío los instrumentos actuales no son mejores, solo suenan más fuerte. Para Mario Donadío la universidad es un lugar donde se vende el conocimiento, por eso nunca estudió en ella.

Su acercamiento a la música comenzó con el piano, pero su poco aprecio por el alto volumen (del instrumento, de la ciudad, de la voz) lo llevó a buscar un aprendizaje más personal, cercano y artesanal. 14 27


El ascenso



El 19 de abril de 1985 según Mario, cualquier frío fin de semana de agosto del 84 según mi papá, llegaron Mario Donadío y Julian Molina, amigos músicos, a hacerle visita a Luis alrededor de las 5 de la tarde a su casa cerca a la loma de Robledo.

Julian Molina había corrido con la suerte, buena o mala, de que Gabriel Jaime, el novio de su mamá le prestara su campero Suzuki verde oscuro con carpa de lona por el fin de semana mientras ellos dos estaban en Bogotá, y tras un rato de visita, una pregunta los llevó a lo que Luis Fernando considera una pesadilla que a veces confunde con un mal sueño de su adolescencia.

- ¿Nos vamos a trochar?

Él era radioaficionado, y en conversaciones nocturnas, un tipo que transmitía desde el cerro Padre Amaya le había hablado, como ha hablado cada icónico escritor medellinense, de la hermosa vista de Medellín desde una montaña.

Sin darle mayor espera, los tres se subieron al campero rondando las 6 pm y encaminaron al morro, ascendiendo por carreteras desconocidas ya de noche y con leve neblina, disfrutando del aire frío y húmedo y de la sensación de descubrir. De rodar sin mapa.

Ya sobre el cerro, el auto comenzó a presentar problemas, y pasada una caseta con una pluma que cerraba a medias la carretera, el motor falló y el carro se apagó. Los tres lo empujaron hasta una loma pequeña, para encenderlo en bajada y regresar; pero la realidad sería otra.

(Luis siempre ha sido de
emociones fuertes, pero controladas)



"¡Quietos!"

(Entrada de Jaime Lopez, profesor de periodismo de la Universidad de Antioquia)



Puesto el carro boca abajo en la loma para facilitar la encendida, Julián fue a abrir la puerta del conductor para encenderlo, pero no habiendo abierto la puerta, salieron soldados de todos lados, gritando cada uno a su tiempo "¡Quietos!" Poniéndolos contra el carro y requisándolos a la fuerza. En la oscuridad no podían distinguir ni el número de efectivos que los rodeaban.




Los camuflados cubrieron el campero en segundos, revisándolo por encima, por debajo, dentro y fuera sin dejar ni un rincón sin revisar.

Desnúdense – Recuerdan Mario y mi viejo que les ordenó un soldado de sopetón mientras veían como invadían la carrocería, pero ante la falta de entendimiento tres soldados los "ayudaron" a desvestirse hasta dejarlos en calzoncillos, los vendaron con toallas mojadas que mandaron traer a un recluta y los hicieron caminar lejos del vehículo. Mario ya lloraba, estaba seguro de que los iban a asesinar.



Llevados a empujones por un militar, los hicieron caminar por alrededor de 10 minutos, de tanto en tanto ordenándoles que saltaran, como si hubieran zanjas en el piso; y conduciéndolos al final por unas escaleras hasta un calabozo.




El lugar olía a mierda, a ratas – Afirma mi papá, quien confundido como sus amigos, agobiado por el frío, la toalla mojada que los vendaba, la casi desnudez y el olor nauseabundo del lugar, escucharon como pasos fuertes se les acercaron, y uno por uno, un hombre les retiró la venda, dejándoles ver el calabozo por un segundo antes de recibir directamente un potente lamparazo en los ojos.

Con la luz cegándolos, un oficial que nunca se identificó comenzó su interrogatorio.




Los tres intentaron explicarle al oficial la situación, pero, intransigente, le inquirió las mismas preguntas a cada uno, retirando la venda, poniéndoles la potente luz frente a los ojos, preguntando la misma cosa y vendándolos de nuevo para cambiar de interrogado.

- A ver. ¿Cuales son sus teléfonos?

Cada uno comenzó a recitarlos, Mario tenía a su hermano y a su madre en casa, pero dice que el hecho que estuviera ella ahí o no daba lo mismo por su poca capacidad de lidiar con los nervios; Julian había recibido el carro por gracia de un viaje a Bogotá, y los compañeros de Luis estaban dando clase a esa hora, alrededor de las 7 u ocho de la noche. Luis atinó a decir el teléfono de la casa de sus papás, donde todavía vivían sus hermanos; esperando que ellos pudieran corroborar su historia y gestionar su salida.

¿Alo? - Contestó Adolfo.
¿Luis Fernando Villa vive ahí? - Espetó un militar sin más ni más.
No, él ya no vive aquí, ¿Quien lo...?

El militar colgó. Lo mismo pasó en la casa de Mario, donde llamaban, pero no se identificaban. Diez minutos después el oficial entró de nuevo al calabozo, y yendo directamente a Luis Fernando, le quitó la venda, lo alumbró, y con la uña de su índice, de alrededor de cinco centímetros de largo, comenzó a golpearle la frente como si se la quisiera clavar.



A gritos, acusándolos de pertenecer a la guerrilla e increpando a Julian y a Mario de mentirosos porque en sus casas no contestaba nadie, preguntó de nuevo las mismas cosas, salteadas de insultos, alumbradas y golpes con la uña.

El hombre iba entrando y saliendo cada cierto tiempo, y cada que regresa daba el mismo tratamiento. Acusando, alumbrando, golpeando con la uña e insultando, llamándolos guerrilleros y repitiéndoles que ya no existían, como un disco rayado en la peor parte de la grabación.

Alrededor de cuatro horas de interrogatorios, frío, fetidez e insultos aguantaron hasta que afuera, la voz del interrogador que ya les parecía familiar resonó quebrando el silencio



Y la claridad era para los tres, que alcanzaron a comentarlo antes de que entrara el hombre de la uña con otros tres personajes. Mario también lo tenía seguro, y entre sollozos recibió a los cuatro militares que entraron por ellos. Vendados todavía, los sacaron y los hicieron caminar cerca de veinte minutos.

En el camino, al frío del cerro y de la noche, sin ver ni entender nada, Mario rompió a llorar preguntándole a quien lo llevaba que por qué iban a asesinarlos, a lo que el militar respondió "Dejá de llorar mariconcito guerrillero", lo sacudió del brazo y continuó conduciéndolo.



Los tres tenían en ese momento perfecta claridad de que iban a asesinarlos, y los pasos de Mario y Julián se alejaron de los de Luis y su acompañante. Él, al escuchar como se hacían distantes, preguntó lo mismo a quien lo conducía. Este le gruñó "Dejá de llorar".



(...)


Ninguno recuerda el cargo, pero si que se quedaron esperando el tiro que nunca llegó. En vez de eso reapareció el hombre de la uña, quien ordenó que los movieran hasta un punto donde llevaron el carro y les quitaron las toallas.


Calculan que caminaron veinte minutos antes de llegar al campero, donde se les ordenó escuetamente que se vistieran, y hecho esto, que se marcharan.

Luis Fernando no aguantó la frustración y lo encaró.






El descenso / El reencuentro

Ya pasadas dos cuadras después de salir del monte, los gritos y las lágrimas de alegría los sobrecogieron, y sin más pensamiento que llegar a puerto seguro hicieron el recorrido de alrededor de 45 minutos en tiempo record, y al llegar a Robledo, a la casa de la que habían salido, encontraron esperándolos, preocupados hasta los huesos a Gustavo Arango, Jairo Cardona, Jairo Gomez, el flaco Naranjo, a Raimundo y a todo el mundo. Todos los que se enteraron de su desaparición. Ahí parados junto a la multitud, mis abuelos y mis tíos esperaban tambien.

La celebración no tuvo nada que envidiarle a la liberación de un secuestrado, y la fiesta se armó para recibir a los que casi se perdieron en un monte metido en los límites de una ciudad.

Entre copas de guaro, pasantes y abrazos, mi papá se enteró de los detalles. A la casa de sus papás habían llamado cuatro veces. Las dos primeras contestó Adolfo, con el mismo resultado, así que a la tercera contestó Federico, e identificándose como su papá, hizo que el militar le dirigiera pocas más palabras.

¿Cual es su nombre?
Federico León Villa Barberi
¿Qué hace?
Yo soy contador jubilado del ejército, soy su papá. Él ya no vive aquí porque recientemente se trasteó. Mire, mis amigos más cercanos son el Coronel Ricardo Esguerra, y tales y pascules oficiales. Si necesita contáctelos y corrobórelo.

Cabe preguntarse qué hubieran hecho con ellos si Federico no hubiera conseguido hablarle.



Esta llamada se dió alrededor de las 11 de la noche. Más tarde llamaron de nuevo, por última vez.

Señor Villa, Su hijo está retenido en la base militar del Padre Amaya por motivo de incursión a una zona militar.
¿A una zona militar? Esto debe ser un malentendido. ¿Con quienes está?
Con un tal Mario Donadío, y Julian Molina
Si, esos son sus amigos, ellos son músicos.



(...)

Mi abuelo le comentó a su hijo que estuvieron a un pelo de que los mataran, porque ya hace un par de meses la guerrilla se había tomado el cerro, y desde las antenas habían transmitido sus mensajes al Valle de Aburrá. Hasta donde mi viejo recuerda, información de inteligencia militar afirmaba que ese día intentarían tomársela de nuevo para retransmitir, mientras Mario afirma que el M19 había amenazado con volar repetidoras alrededor del país. Por eso, dijo mi abuelo, la orden era de disparar primero y preguntar, si alguien quedaba vivo; quienes eran.


Pero nosotros, que no veíamos las noticias porque era la misma maricada. Que tal día tantos militares muertos, otro tal combate, es la repetidera de la repetidera, ni sabíamos que iba a pasar ese día. - Afirma Mario entre risas.



En la vía ellos no recuerdan retenes, tampoco anillos de seguridad ni nada que evitara que la población civil entrara al sitio.



Para Luis Fernando lo que ocurrió fue un acto de arbitrariedad y una muestra de la costumbre colombiana de eliminar a los que piensan diferente al gobierno de turno, mientras que para Mario no fue más que una coincidencia desafortunada alimentada por la inocencia.

Los tres músicos fueron retenidos por los militares alrededor de 6 horas, en las cuales no se les trató con dignidad ni respetando su derecho a presunta inocencia. Y el oficial tomó la decisión de, según se entiende, fusilarlos aún mientras se corroboraban los datos entregados por Federico Villa. Si Luis no hubiera entregado este teléfono, o no hubieran repetido la llamada los militares una tercera vez, es probable que los tres fueran tres muertos, sin relación con el conflicto armado colombiano, caídos por alguno de sus actores. Engrosando las listas de nombres que no han tocado lápida en la historia Latinoamericana.

Sin embargo, grande es la diferencia que cabe notar al comparar una coincidencia tan desafortunada como esta con la premeditación de militares para engañar jóvenes de Soacha para asesinarlos en una carretera y presentarlos como bajas guerrilleras.




Ya curtido por la injusticia, Luis trata de vivir tranquilo su vida como músico, desnudando un saxofón para arreglarlo mientras recuerda y narra, cómo una pesadilla lejana y fantasiosa, como estuvo a dos pasos de ser otro recuerdo que inspirara canciones de Rubén Blades. Vive solo de la música, como sonidista, técnico en reparación de instrumentos de viento, profesor particular y músico. Julián continúa con su carrera musical. Mario es ahora uno de los más reconocidos Luthiers de Antioquia. Arregla y fabrica pianos y clavecines, ha construido 12 clavecines en su vida, de los que ninguno estaría en el mundo si no hubiera sobrevivido, y quiere que lo entierren en la caja de resonancia de uno de estos antigüos instrumentos.

Esta es la historia de tres hombres que, completamente impotentes ante las manos de uno de los actores armados de esta guerra que lleva, dirían algunos, 200 años y contando; sobrevivieron por la misma casualidad por la que pasaron la peor noche de sus vidas con una frase reventándoles la cabeza.

"Hacete a la idea de que vos ya no existis".


viernes, 3 de septiembre de 2010

Capos de Antioquia mantienen el orden con el crimen.



Históricamente, el Valle de Aburrá ha tenido dos grandes capos de la droga y el sicariato. Pablo Emilio Escobar Gaviria, alias El Doctor; y Diego Fernando Murillo Bejarano, Alias Don Berna.

Estos dos jefes llegaron a controlar casi la totalidad de los grupos criminales del área metropolitana, Pablo ejerciendo el rol, y Berna aprendiendo mientras pasaba de ser un subalterno al jefe de jefes.

Estos señores de la delincuencia amasaron grandes fortunas con sus redes, y mantuvieron el orden en la delincuencia del Valle de Aburrá con algo que la economía denomina “Anarquía”, y es a respuesta de los narcos a su imposibilidad de usar el sistema judicial para mantener el orden.

Usan como herramientas aleccionadoras la reputación criminal y la violencia para poner límites a sus subalternos, mantener los combos “en paz” y funcionando con el mismo norte.

Es cuando caen estos capos cuando el sistema se viene abajo, y el conflicto se convierte en una guerra con múltiples bandos. Es en este punto en el que las autoridades necesitan identificar a los grandes capos que nacen en medio de los conflictospara saber a donde deben apuntar sus acciones.